La intimidación puede y suele transformarse en algo cotidiano en la Escuela afectando a niños y niñas durante años. Los adultos no suelen intervenir en la formación de los vínculos entre los niños, lo genera que los conflictos no siempre se resuelvan de buena manera.
Para que exista intimidación entre pares las agresiones no sólo deben darse de manera continua, sino que se establece una relación de dominación, de poder de un niño, niña o grupo sobre una persona más débil física o emocionalmente. Algunos chicos hostigan a otros como forma de obtener un lugar de prestigio o de reconocimiento por parte de sus compañeros. En la investigación realizada en las ciudades de Bahía Blanca y Córdoba se observó cómo los y las estudiantes actúan hostilmente hacia otros compañeros como un mecanismo que les posibilita ser reconocidos por el grupo de pares o para evitar quedar cuestionados por ellos. El 17 % de chicos o chicas que han sufrido intimidación terminan el año escolar agrediendo a otros compañeros. En el caso de la intimidación escolar, en nuestra cultura existe la falsa creencia de que las formas de relacionarse entre niñas, niños, adolescentes que tienen matices violentos, es una situación natural, se piensa que los niños y las niñas se llevan así porque es “propio de su edad”, porque es un “juego de niños”, porque “así se llevan” y en frecuentes ocasiones, la violencia en contra de alguien está justificada porque “se lo buscó” o, porque se trata de una “broma”. Esta forma de justificar y naturalizar la violencia, encuentra su razón de ser en la forma en cómo ha sido transmitida a través de generaciones y permeada a través de los agentes socializadores, reproducida por todos los sectores de la sociedad de manera consciente o inconsciente y en este caso, por las y los miembros de la comunidad educativa. Al no ser abordado el problema por los adultos, las y los alumnos comienzan gradualmente a ver aquella persona maltratada de manera negativa y pasan a entender la intimidación como algo aceptable en el grupo. Hasta puede llegar a convertirse en un hábito hostigar a un compañero o compañera. En estos casos resulta casi imposible que aquellos niños y niñas que no participan de este tipo de maltrato se les ocurra defender a la persona que está siendo agredida. Es necesario que los y las docente reprueben dichas situaciones, guíen y acompañen la formación de vínculos de respeto y solidaridad entre los niños y niñas. Es necesario reflexionar sobre estos conceptos y sobre el rol que asumiremos los y las docentes, directivos y familiares para que la escuela se convierta en una alternativa respecto a la forma de relacionarse, basándose en vínculos solidarios, tolerantes, colaborativos, por lo tanto no debe renunciar a colocarse en ese lugar potenciador de la persona, de la confianza, de la seguridad y la autoestima de sus actores. Esto es posible a través de la construcción de propuestas de participación donde todos tengan iguales oportunidades de incorporarse, y a la vez, donde no se fijen posiciones o jerarquías sino que estas sean problematizadas. Es necesario que los adultos, que somos ejemplo y guía de los más pequeños prestemos atención a sus formas de relacionarse. Y actuemos siempre que veamos o nos enteremos que un niño o niña participa de este tipo de situaciones. La intimidación afecta tanto a quienes ejercen como los y las receptores de maltratos. El desafío no recae sobre los niños, sino en responsabilizarnos en su formación como ciudadanos solidarios y respetuosos de los demás.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AuthorWrite something about yourself. No need to be fancy, just an overview. Archives
Octubre 2016
Categorias |